MOLA MOLA. En familia navegando a bordo de un velero Oceanis 411: enero 2015

En San Blas la vida ya no es trepidante, o no lo es de la manera que nos tenía acostumbrado, de navegar, descubrir y caminar siempre por una senda nueva. Ahora es otro tiempo, otro ritmo el que te va calando dentro. Son las pequeñas cosas básicas del día a día las que se empiezan a descubrir grandes e intensas.

Buscar el momento de bajar a Neta a tierra, sorteando unas pequeñas olas o un bajo, y subir el dingui a la arena. La isla es inhabitada, la vegetación más salvaje de lo normal y el rubio de las hojas secas de las palmeras con la melena al viento esperan el momento de caer haciendo un buen ruido. Recuerdo cómo arden en las hogueras estas ramas secas que se inflaman como si fuese gasolina.

Seguimos el paseo, la luz temprana de la mañana ilumina los árboles que viven en la orilla, entre el mar y la arena y que nos hacen pasar bajo ellos como si fuesen pasadizos. Comentamos entre nosotros que no existe momento en el día en la que la luz sea más bonita, capaz de sacar toda la vida a lo que ilumina y además darle un aire mágico.

La nueva afición de Neta, en la que está cogiendo una gran habilidad, es cazar cangrejos en la arena o quizás se ajuste más la palabra torturar. Huele uno a uno los agujeros hasta que detecta vida en uno de ellos, entonces se convierte en una máquina zapadora hasta que el cangrejo decide que es más seguro abandonar la guarida. Neta les ladra y les intenta morder sólo una fracción de segundo, porque claro está que el cangrejo se defiende y que ella ya ha debido de probar alguna pinza que otra. Nos reímos pensando que algún día aparecerá con un un cangrejo colgando de esa trufita que tiene por nariz.

De repente aparece una caracola que no habíamos visto nunca: grande, muy fina, de formas redondeadas, estrías estrechas y perfectas y muy blanquita. Cómo es norma en esto de la búsqueda de conchas y caracolas, cada playa tiene su especialidad y Bea que es una experta dice que hay que buscar más para guardarlas. Nunca se sabe….quizás no volvamos a ver unas caracolas así.

Las dos islas enfrente a las que estamos fondeados completamente sólos, pertenecientes a los Cayos Holandeses aparecen en el mapa como independientes, pero no sabemos en que momento han decidido unirse por una lengua de arena. En sotavento un arenal precioso, calmado y con el agua lisa o sólo con ese rizo pequeño que hace el viento en su primeros metros cuando corre de tierra a mar. En barlovento maderas y maderas acumuladas, el rizo del viento de cara y mucha basura, sobre todo plásticos. Que sensación de trsiteza, de impotencia y hasta de complicidad. Todos somos culpables de esta situación y el plástico es uno de los mayores cánceres de la naturaleza ahora mismo.

A lo lejos observo a Bea agachada sobre la arena, está contemplando a un pequeño ermitaño que lleva su casa a cuestas, nos miramos y sonreímos.

De repente se oye un estruendo en el agua…ha sido un pelícano haciendo un picado, mientras otro planea a apenas 5 cm. del agua surfeando una pequeña ola. También han llegado los Boobies que no los habíamos visto hasta hace poco, pero parece que han venido con los vientos alisesos, ellos han sido compañeros infatigables en el Caribe.

Por debajo del agua las cosas siguen igual que siempre o mejor…. Hemos conocido un canal, que cuando vamos a bucear, nos muestra durante 30 segundos un espectáculo increíble. Ahí está siempre nuestro enorme mero, esos pargos jocu con su lágrima característica que de lo grandes que son hasta tienen rémora y esos jureles que nunca habíamos visto tan grandes. Llegamos silenciosos bajo el agua, nos asomamos detrás de una roca al azul del canal y ahí están!!! Tenemos el tiempo justo de que nos descubran y se vayan al profundo azul.

Y así pasan las mañanas y los días, sin querer, rodeados de todas estas pequeñas cosas que nos hacen sentir plenos.